miércoles, 27 de agosto de 2008

PASEO NOCTURNO CON "KEKO" HERMOSILLA

Pequeña Caminata Nocturna

Uno de estos finales de semana, tuve la enorme suerte de ir a quedarme a un excelente y deseado lugar en la cordillera de los Andes. El lugar se encuentra en el medio de un bosque nativo de lengas barbudas con la notable presencia del pájaro carpintero, esquivo para la vista y fácilmente reconocible para el oído.
Al parecer, es un lugar donde la vida humana se lleva muy bien con la vida natural, los árboles siguen ahí, a pesar de ser vistos como “recursos” por algunas cosmovisiones; es un lugar donde el paso es interrumpido por algún cerro escarpado o algún precipicio menor y no por un cerco agresivo o por alguna de esas carreteras vertiginosas.
El refugio cálido y pequeño que me abrigaba esa noche se encontraba en este inmenso paraje, cuyos límites no eran alcanzados por la vista ni la imaginación. Imaginando sus limites me encontraba cuando decidimos salir a “dar una vuelta” con mi hermano. Suponíamos una pequeña vuelta nocturna bajo la luna llena y algunas nubes.Salimos a caminar por la nieve y entre los árboles conversando de esto y de aquello, cuando de repente ya no estábamos tan cerca, ya no había pocas nubes y pequeños copos empezaron a caer. Lo único que faltaba, en ese invernal momento, era el frío, el que claro, no tardaría en llegar.
Así que seguimos caminando atraídos por la noche, los árboles y la sensación de no saber donde estábamos. A pesar de todo este extraño panorama seguíamos caminando “hacia ninguna parte” y cada vez buscando de manera más acentuada el lugar virgen, el lugar perdido, el lugar donde yo podría estar si hubiera nacido hace un par de milenios.
A pesar de lo lejos que estábamos de nuestro refugio, teníamos un buen mapa mental para encontrar el camino a casa, mapa que a veces se volvía difuso. Cuando esto pasaba la sensación de estar perdido empezaba a inundarte, empezabas a sentir el frío, te empezaba a molestar el pelo congelado y la nieve comenzaba a derretirse entre tus zapatos y tus calcetines.
Esa agua congelada irrumpiendo en la calidez de los pies fue lo que dio paso a la reflexión.
Empezamos a ponernos en el lugar del hombre antiguo, que se enfrentaba tal cual ante la noche, la nieve y lo que sea. A pesar del frío, la nieve y la sensación (bastante controlada pero igual) de estar perdidos, los dos queríamos seguir en esta caminata en búsqueda del estado más natural en cual uno se puede encontrar en la naturaleza. Obviamente es muy difícil, ya que a pesar de todo andábamos con nuestras buenas parcas de marca –enhorabuena- pero ayudando a la capacidad de abstracción se puede lograr, por lo menos para dejar contento al usuario.
Aquí fue cuando nos preguntamos con el ferviente líquido de la duda inundando todo nuestro ser: cómo era antes??? Cómo era salir a descubrir el mundo?? Antes de que la máquina hubiera pavimentado los caminos, antes de que hubiera tragado bosques, antes de que se hubieran trazado líneas imaginarias y nombrado los puntos cardinales.
Sentimos lo difícil que se vuelve la vida, con la posibilidad de perderse en una noche de nieve, de caer por algún espacio perdido, de no encontrar el camino de vuelta o de abandonarse al frío somnífero. Pero también vimos la magia del bosque nocturno, descubrimos por qué antes habían duendes (si, los vimos), descubrimos por qué nace una necesidad de ver el mundo como si este fuera mágico y cómo se vuelve mágico con una facilidad impresionante.
Todas las fuerzas de la naturaleza haciéndose presentes: la nieve, el viento, los ruidos de los árboles añosos, las figuras en las sombras con forma de pequeños hombrecillos. Hombrecillos que cuidan los bosques y a los animales. Que salen a traer la lluvia para perpetuar los ciclos que nos mantienen con vida.
Lo que comenzara siendo una pequeña caminata nocturna se convirtió en un viaje mágico-místico al pasado de la cosmovisión, donde sentimos lo imponente y potente de la naturaleza y el respeto que puede llegar a evocar ahí donde nace lo numinoso, el misterio eterno, terrible y apasionante.
¿Cuando fue que le perdimos el respeto a la naturaleza? ¿Con el advenimiento de la ciencia? ¿Con el nacimiento de la civilización antropocéntrica? ¿Al satisfacer nuestros deseos infantiles de dominarlo todo y hacernos la vida fácil? ¿Por qué no podemos compatibilizar una vida llena de conocimientos y una visión mágica? ¿Por qué hemos elegido el prisma frío y cortante de la ciencia? ¿Por qué ahora miramos en menos a las fuerzas de la naturaleza, a los duendes, a los espíritus de los ríos y de los árboles?
El mundo es mágico, está muy cerca y al lado está la naturaleza sagrada, gigante y poderosa. Es cosa de querer verlo así: mágico y sagrado. De esa visión surge la certeza y la necesidad del respeto a nuestro entorno, algo tan escaso como valioso en los tiempos actuales de la desacralización y el desencantamiento.

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